jueves, 28 de junio de 2012

El solsticio sin nombre


En tres minutos te cantaría lo que mi voz no se atreve a decir sin una botella de coñac. Con un par de cervezas te tocaría el pelo y te reprocharía tus voces mudas y tus sonrisas no fotográficas.
En tres minutos cambiaría el semáforo a rojo para que nadie toque las cuerdas que solo tú sabes tocar.
Poner viento de por medio en un junio donde ya el aire que no sopla florece las sequías, a la vez que las humedece de un sabor isleño programado para respirar junto a diástole y sístole. No quiero monedas sueltas en bares de verano, no quiero sudar mariposas  las cuales cojean porque a veces deciden no volar.

Al fondo la pestañita de opciones: a) viaje subterráneo a tu piel; b) aullido prolongado bajo las sábanas y c) hállame de todas las formas, menos cabal.
Los enlaces adjuntos que acompañan a estas opciones son sueños, solo sueños...
El bar vuelve a acoger mi cuerpo fanático de malta, las almas de al rededor forman un compendio de esta estación a la que la luna quiere llamar verano por no llamarlo caverna de fantasías utópicas.
Las sábanas aún guardan el sabor de un febrero atípico, el tacto de un marzo loco y de abril otro poco.

Sensaciones que son como una sucesión de amaneceres que fusionan contra mi pecho haciéndome escupir de todo menos amargura. Tras las evidencias mentales que palpo desde mi solsticio, aún de invierno, siento que sé lo que no tengo que saber. Mis historias no son simples, bailo con el tiempo desde una butaca siempre de cristal.

Esta vez las pestañas de nieve vuelven para calmar este corazón que cantó "help" en calles rectilíneas, las cuales agotaban mis puntos y seguidos.

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