lunes, 27 de mayo de 2013

Un infinito que dibujo a una mujer...


Cuantas veces la vida quiso coger la memoria de esas chicas sin sabor y ponerles azúcar glas, afectivamente las mujeres somos como una conversación que se te queda a medias, un vino añejo mezclado con un aire de libertad ¿ y qué es la libertad si no aire? El corazón de una mujer se retuerce de glorias insatisfechas, de poesía sexual, (o por lo menos en el caso de las mujeres de mi vida), las féminas somos como un París en crisis.
El querer se lleva desde que cedemos a nacer, el mundo adquiere sentido cuando gastamos las cuerdas de los instrumentos que no sabemos tocar, las mujeres a veces vivimos en Guerras que no han terminado.
Existen hombres y mujeres que se aman, mujeres que aman a otras mujeres y hombres que se aman entre ellos, en todas estas fusiones está la sensibilidad de una mujer ya que una joven no crece sin creer en las trincheras y un hombre aunque ame a otro hombre primero tomó a su madre como su profeta inmortal.

Hay corazones que escaparían de un estallido y dejarían la mesa llena de pimienta y ron, internamente hay un río en la primavera que tropieza pero no cae, no cae. Verbalmente somos como el sexo que nos quita el sujetador, como el café de los lunes y la frustración de una discusión a medias.
El tiempo, tan ingeniero de la vida, y el espacio, tan mecánico de la distancia nos lían en las prisas íntimas de ponerte y quitarte la ropa a modo fugaz, a modo espacial.
Sutilmente la mujer íntima es un dardo y para mas controversia un dardo que vuela navegando por ese tiempo sórdido creado en su infancia glorificada, es un dardo que al dormir escucha frases de Los amantes del Círculo Polar y al despertar vuelve a dormir de amor.

Unos pies fríos después de llorar en tono elevado,
un corazón elevado a la máxima ponencia.
Los meses inteligentes ya no existen,
la pasión persiste,
los asombros asustan,
las promesas de capítulos profundos,
la cara marcada por el paraíso vital.
Un extásis mundano lleno de aceptaciones,
una pareja que cae en el abismo,
un soltero pidiendo fuego,
una mujer conversando sola,
todo ello un verbo por conjugar.

Proliferan los nervios y las experiencias cuando los vestidos de fiestas son doblados junto a las camisas de domingos, esas largas que te tapan las ojeras. El no ya te impide cantarte un tema en la ducha, por eso prefiero el si aunque sea interrumpido por una dosis de experiencia lineal.
Está llorando un pájaro por creer que no podrá ver el mar entre tanta contaminación humana, mientras en otra cama vibran los veintitantos de unos cuantos.
Un extraño poder de razones incontables habitan en las pestañas rizadas, en los impulsos que te encuentras al salir de la cama o en las gracias sin perdón que ya no valen nada. Aún así aplaudo al sí que termina cualquier discurso final, a las fracturas que se pegan y a las grietas que se abren para cegarnos de razones incontables que no cuentan nada pero alumbran un 1963 que no llegué a tocar pero si imaginar.

Hacer el amor con la ropa puesta es llegar a París en Navidad, es sentirte febril mientras nieva en la mirada de los que odian sin cesar, de los insatisfechos que creen ser olvidados, de los pequeños que creen ser mayores sin haber sido rechazados aún. El ejército de ventajas juega en contra de los convencionalismos gobernantes, el caos a veces nos regenera y nos hace rebeldes, y para mi lo más bonito es que mientras pasa todo esto, habrá una mujer que imagina absurda ser imaginada, una fecha que espera ser recordada y una brisa que anhela ser vendaval para sonar fuerte en la mirada de quien no quiso mirar, de quien no quiso ver que el mar es aquello que sonaba mientras leías a Lorca y sus formas de ahorcar la vida, esa vida  que en espacio y tiempo no es nadie, porque los nadies somos nosotros en este mundo de todos.


sábado, 25 de mayo de 2013

Precipicios y mucho viento


No sé dónde habita la necedad de saber cuando hacemos mal y cuando hacemos bien. Veo que el mundo se ahoga, se seca, mientras yo me ahogo en conciertos de lluvia al terminar el orgasmo primaveral. Intuyo que alguien se ha cruzado en mi camino para guardar las espadas de la cocina y sacar los calcetines de la bañera, tengo que reconocer que no creo en las líneas rectas, prefiero pensar que el cielo está lleno de sogas   que a veces te aprietan por dejar de lado las composiciones versátiles de un amor sin hache. A veces estoy atenta a mi misma y parece que alguien muerto me ha dado vida, que las calles estrechas me llenan de libertad y que los patios interiores son como las bragas descocidas.

Te tuve, te sostuve y te imagino,
casi siempre nos veo levitar en el vació
y así me río de mi universo desconocido.
Fui yo que me subí al tren mientras el sol
se iba sin más, con todo lo demás,
y aquí estoy en la estación del hoy
programando como ubicarte en en el ayer.

Una radio, un también y unas horas colgadas,
una rabia en pedazos por el baño, un capaz.
Un desorden perfecto por ordenar, sentida,
programando paz para manos incontenibles,
me veo aruñada entre los que van y no vienen,
entre esa búsqueda de equilibrio, que aúlla.
Un baile en una sala rota, sigo en el tren,
desesperada buscando la luna que danza desnuda,
conmigo que eres tú, casi parece que lloramos aquí.

Tengo la lógica infestada y me pongo nerviosa con
manos que golpean a la nada.
Nadando íntimamente entre tus huecos,
siendo la estrella de tu guión desesperado,
tomándome el ron con espacio, vistiéndome por el pelo,
rayando las noches de mi cama vacía y llena de multitud.
La unión de ser helada con tu suerte lunar,
mientras cuentas mis lunares sin tiempo, sin final.
Siguen los zapatos dándome la voz, contagiándome
de tu lenguaje fatal
y yo ¡idiota que llora en estéreo!
Seguiré separada de mi última temporada,
esperaré en las orillas de mis pies y mataré
uno a uno todos mis menos,
esos que a ti te hacen ser más,
más que mis llegadas sospechadas.
Anuncian la última parada de esta lejana ciudad,
me convenzo de que llevo un contagio en la mirada,
ropa de más y un querer plural sin la ese final.











viernes, 10 de mayo de 2013

Fusionar suena tan bien...



La juventud, la cerveza del sábado y la piel del alma que no sobra… Elegantes paseamos ante nuestros pequeños desastres, adquirimos costumbres ignorantes y después queremos ser discretos, no gritar. Por suerte no somos mudos, y el hielo no nos hiela, por suerte somos como el metabolismo, cambiante. Hay épocas que tienes que girar la mirada, hacerle un revés. Mi abuela me dijo una vez: cuando estés triste canta, cantando se te pasará el tiempo más rápido y te reirás sola; sonrío al pensar en un consejo tan sano.

Hablaba de que a veces tenemos que torcer la mirada, cambiar de océano para así ir creando islas, un día amaneces dolorida, en miniatura y piensas que los zapatos te quedan grandes. A la noche te sientes triunfante, ya no te ves tan náufrago en tu isla imaginaria y así prosigues hacia tu costa idealizada, luchas por tus hogueras y mapas del tesoro. Relinchar a la vida no es fácil, morder la sed tampoco, pero ¡qué amanecer febril! el que podemos llegar a ver cuando dejamos el hambre homicida a un lado. Voy a cantar abuela, voy a cantar:

Labios entreabiertos a modo de alientos,
alcances doblados y existencias inmensas,
construir sin morir para mi no es ir.

Debajo de tu historia los arboles florecen,
debajo de tu canto me cuentas mis cuentos,
me cuentas mis planes, y dibujas mis palacios,
aún por construir, aún por vivir.

Canto a un montón de soles
que mecen mis lunas, casuales,
ocurrentes y grandes, muy grandes;
Existe la pureza y la facilidad,
yo la he visto pasear
entre hombres orgullosos,
entre círculos viciosos,
yo los he visto pasear
a solas por la ciudad.

Y mira como canto abuela,
con la banda sonora de mis grises,
con la boca cerrada y la mente abierta,
con el ombligo triangular
y un mundo por cuidar.

Tengo un piano abuela,
tiene alguna nota rota,
pero abre puertas y mares;
agarrada a la vida me levanto,
a primera vista la primavera
se desnuda, los pueblos se distinguen,
las voces gritan, y los vidrios se rompen.

Tengo un alfabeto que me ordena las letras,
un conductor que no hace paradas
y una canción sin nariz que huele a memorias,
de esas sin parches, y con mucha cubertería.
No sé si canté o divagué, pero en definitiva reproduzco mi retrato sin permiso de mi público, ese que duerme en mi corta biografía y da sentido a la decoración, a la canción.