Despacio, como quien desabrocha los botones de la camisa más larga, despacio entró, y ya no volvió a salir, porque creía que mi pecho era azul y la calle muy negra.
La calma se me perdía cuando volvía, mis manos coronaban su espalda ante el silencio popular, mis miedos se apagaban cuando su mirada retumbaba en mi oreja derecha, tatuada, tan tatuada y tan sorda aún.
Y que el día ya no es día si la cortina no se descorre entre sus manos, que el tabaco no tiene humo sin su boca, que mis acordes necesitan de su corazón arítmico. Inconstantes coloreamos los ruidos y saboreamos la lluvia, ¡porque nadie conoce el sentido de la lluvia si no han visto su altura rozando el cielo! después de llovernos se seca entre lágrimas y estaciones, ¡quiero volver a mojarme contigo!
La cama se queda ausente y yo vacía, la música no suena y en el aire alzo mi miedo, se me nublan los cristales y la plazas tienen muros sin sus manos largas que tiran abajo tempestades. Quizás su infinidad abruma mis principios y hace que construya unos nuevos, y yo ¡tan impulsiva, tan de aire ! me desvanezco para crecer de golpe y creer en la vida que no está escrita aún.
Despacio me desabrocho la camisa pensando en el perfume que sus púas de guitarras dejan en mi, conozco el paraíso de islas entre las que crecí, ahora, desconozco los infiernos porque solo marco el número de cuerdas que tiene su voz, ahora ya solo mido las imágenes para así poder crecer. Como dos países en ruinas que se construyen a cada minuto, abandonando la desazón que ocasionan los días sin poesía ni acústicos. A espesas de que la Primavera me produce alergia colocó flores hasta mi puerta para que no me perdiera entre el Invierno mental que a veces produce hielo en forma triangular, y así cada día vivo entre dos mundos llenos de auroras literarias, entre mi vida y sus derivados.